Wednesday, March 14, 2007

Alimento para gatos

Sé que estoy envejeciendo porque cada vez más el tono de mi voz y mis ademanes son idénticos a los de mi padre. Por momentos siento que él ha tomado mi cuerpo y habla por mí.
Esa voz autoritaria que tanto odié en mi adolescencia, esas frases precisas para toda ocasión de las que me mofaba y juré que nunca las repetiría, ahora gobiernan en mí.
Me duele reconocerlo, pero ya no soy un joven. Apenas rebaso los 30 y mi cuerpo ya está en decadencia. Lo noto en el crujir de las articulaciones, en el reflujo que en las madrugadas padezco, pero sobre todo en el tiempo perdido a lo largo de los años que ha erosionado, con la paciencia del oleaje, mi salud.
Lo peor de todo – usaré uno de los clichés que aprendí desde la infancia—es que cuánta razón tenía mi padre, si hay algo más ingrato que un hijo, es una empresa u organización para la cual trabajes.
Mi progenitor, también profeta de mi destino, auguró: con ese carácter te vas a quedar solo.
Laboro en la sección deportiva del diario más conservador –y algunos dicen el de mayor credibilidad en México-, más de 10 años dentro de una redacción me han vuelto totalmente sedentario, además, tanta es la rutina que padezco, esa forma deprimente de la mecanización, que los últimos nueve años edito las páginas del periódico como quien ha cortado carne de un trompo de tacos al pastor durante décadas.

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Odio los días de oficina, creo que como casi todos los que pasamos encerrados entre 10 y 12 horas frente a un monitor por un sueldo mísero, un trabajo poco creativo y una vida social nula. Y digo como casi todos porque he descubierto que hay quien lo disfruta, hay personas que están dejando aquí los mejores años de su vida, la mayoría solterones o divorciados, que esperan que su sacrificio se reconocido algún día por la empresa.
Pero sobre todo, odio los días como éste, que es el cumpleaños de un compañero que ha trabajado toda su vida para el periódico, el reflejo de lo que me espera en 15 años.
El día de tu onomástico –qué espléndidos-, la dirección de recursos humanos te reconoce una vuelta más al sol, 365 días desperdiciados de tu vida, con un empalagoso pastel.
Odio esta acción de la corporación porque sé que es una estrategia para mantener al rebaño contento, pero a mí no me motiva, también estoy en contra, básicamente, porque ya leí el Quijote y a Frederick Winslow Taylor, padre de la ingeniería industrial.
Una vez leí que uno de los primeros autos de la compañía de Henry Ford, el llamado “Ford T”, es un homenaje a F. W. Taylor y al trabajo mecanicista.
Retomando el tema, considero que no vale la pena hacer el ridículo en la redacción al cantarle “Las mañanitas” a un desconocido. Lo peor es que tendré que abrazarlo para no pasar como anormal, a pesar de que no tengo nada en común con este tipo. Dios aprieta pero no ahorca, el pastel que le dieron es de chocolate, mi preferido.
Si sumáramos el tiempo de las conversaciones que hemos tenido este decrépito y yo, desde que entré a la empresa, acumularía no más de 10 minutos, quizá como decía ese gran profesor que tuve en la Universidad, Salvador Mendiola, entre su generación y la mía lo único que tenemos en común es a Chabelo.

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- ¿Hola? Dije con el auricular en la mano y mi mirada en una foto de Liliana conmigo en los días que ahora me ha dado por calificarlos como “felices”. Nunca creí que le llamaría así al pasado.
- ¿Con quién tengo el gusto? Dijo una mujer, que por supuesto no me conocía y la cual me hizo caer en la trampa porque le dije mi nombre.
- Buenas tardes señor Zavala, le llamo a nombre de Afore XXX para ofrecerle nuestros servicios financieros, para su ahorro para el futuro, dígame ¿con qué Afore está en este momento?
- Señorita, mi apellido es Aramburuzabala, y no sé en qué Afore está mi dinero de pensiones, además, tengo el presentimiento de que cuando llegue el día de mi jubilación esos recursos como los de millones de mexicanos más se habrán esfumado. También, quiero aclararle que estoy muy ocupado y que no quiero cambiarme de banco, ni de aseguradora, ni acepto, en caso de que la tenga, la promoción para mí de una tarjeta crédito sin cobro de la primer anualidad.
- ¿Por qué no quiere cambiarse de Afore señor Zavala?
- Así estoy bien y estoy ocupado, por cierto, quién le dio mi número.
- Lo tenemos en nuestra base de datos, señor Zavala, dígame quién le dijo lo de la promoción de la tarjeta de crédito.
- Porque es para lo único que me llaman.
- ¿Y por qué no quiere la tarjeta de crédito? Con ella tendrá la ventaja de hacer compras a 12 meses sin intereses
- Porque no me interesa, señorita, no quiero ser grosero con usted, pero de verdad tengo mucho trabajo y le repito que soy Aramburuzabala.
- De acuerdo señor Zavala, no se enoje, si quiere le puedo llamar más tarde para comentarle sobre otros servicios que ofrecemos.
- No señorita, le ruego que borre de su base de datos mi nombre y mi número, por compasión.
- Por último, señor Zavala, tendrá el nombre y teléfono de cinco amigos que quiera recomendarnos para hacerles esta misma invitación y que gocen de los beneficios de ser nuestros tarjetahabientes.
- No, no tengo amigos, no conozco a nadie.
-¿Alguien que esté cerca de usted en su oficina, alguna secretaria?
- …

Tras esta conversación decidí escribir una breve sentencia –les llamaría pretenciosamente aforismos de no ser porque nadie me conoce en el mundo literario-- cada vez que me ofrecieran cambiarme de Afore. Lástima que no pude ser tan prolífico como el número de telefonistas que me llamaron. Además, suena un poco cacofónico Afore y aforismo.

8 de agosto
Todo tiempo pasado no fue mejor, simplemente éramos menos pretenciosos.
11 de septiembre
¿'Bajo' es una preposición indecorosa?
28 de octubre
Yo amo hasta con los codos.
5 de diciembre
La amistad es un pacto de honradez entre dos ladrones.14 de febreroEl amor es un acuerdo verbal entre un mudo y un sordo.
27 de febrero
La cortesía es una forma de lo guarro ¿alguien ha visto cómo le miran las nalgas los hombres que le abren la puerta o le dan el paso a una mujer bella?
10 de marzo
Mi vida era perfecta hasta que nací.
14 de marzo
El Metro a las 08:00 a.m. es una orgía de 2 pesos.
24 de marzo
Mi "generación" no pertenece a mi generación. Está perdida en otras generaciones....
8 de abril
La generación de nuestros padres decía ser existencialista; la nuestra lo es sin saberlo y sin conocer qué es un existencialista.
8 de abril
Bienaventurados los que caminan con zapatos rotos debajo de la lluvia.
8 de abril
Bienaventurados los que fían la droga.

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Como siempre estuvo latente en mí la amenaza de mi padre sobre que todas mis acciones negativas las pagaría con mis vástagos, antes de que Liliana se fuera habíamos acordado no tener hijos, no ahorrar para nadie más, ni comprar una casa que en el futuro corría el riesgo de ser habitada por parricidas.
No sé porqué me ha dado por acordarme de esa conversación, puesto que tal vez nunca más la vuelva a ver.
Coincidíamos que en esta época no era tan mal visto ser una pareja “normal”, en los términos en que las llamadas mayorías así lo perciben, es decir, heterosexuales, sanos, con trabajo un tanto seguro y promisorio y decidir ser un matrimonio sin hijos. Creíamos que ahora sólo se tiene descendencia por necedad. ¿Quién en su sano juicio se atreve a traer niños a este mundo de rapiña? Recuerdo sus palabras. De verdad, no insistas, no tendremos hijos, me dijo. Está bien, respondí, en lugar de juguetes, salud y educación para ellos, nos compraremos gadgets y sistema de televisión satelital con HBO incluido.

***
A pesar de que a mi escritor gringo preferido lo echaron de cientos de trabajos, y lo abandonaron decenas de mujeres, nunca creí que en algún momento de mi vida me pasaría algo similar. Escribo esto apenas cinco horas después de haber sido despedido de mi empleo en el diario. Maldita empresa conservadora hasta el tuétano y mezquina como todas las corporaciones poderosas.
Estoy pensado seriamente en ir a tomar terapia porque siento que lo que me está pasando no es normal. En sólo 3 meses perdí a la mujer con la que estuve durante 13 años y que creo que todavía amo y me echaron del trabajo donde me faltaban dos meses para cumplir una década.
No sé si sea correcto decir que a Liliana la perdí o que me dejó. Y mi trabajo ya no me satisfacía… pero en ambos casos siempre es más digno ser uno el que diga adiós.
Como la mayoría de los asalariados, frecuentemente les decía a mis compañeros que ya estaba a punto de renunciar porque ya me tenían hasta la madre los jefes. Se me adelantaron y me duele. Repito: a nadie le gusta que una mujer lo deje, ni que le digan “tenemos que prescindir de tus servicios”.
No diré que mi despido fue injustificado.
Una tediosa mañana de octubre una argentina llamada Paula se agregó a mi lista de contactos del mensajero, ese insufrible programa de computación a través del cual puedes conversar con otros contactos y que en la oficina se utiliza a manera de red de comunicación interna. Por azar, ese dios esquivo, esta habitante del Cono Sur dio conmigo, o por lo menos eso me dijo. Como Liliana ya se había ido, me entusiasmé con esta “mina” al grado que al tercer día ya le estaba llamando por teléfono hasta Buenos Aires, y produciendo palabras como “remera”, “pollera”, “pará pará”, “vite”, y algunas combinaciones verdaderamente aberrantes como “remera de jean” frase que significa camisa de mezclilla en argentino.
A raíz de estas lejanas llamadas telefónicas a Tierra de Fuego decidieron que estaba haciendo mal uso de los recursos de la empresa, por lo que me dieron las gracias. Si me lo hubieran pedido les habría pagado la cuenta telefónica.
Quizá lo único que extrañaré de mi trabajo editorial será armar las páginas del equipo del que mi padre es aficionado. Cada semana disfruté al evidenciar los fracasos futbolísticos del equipo de mi progenitor que lleva muchos años sin salir campeón.
Aprendí a odiar el futbol porque mi padre me hacía verlo junto a él. Recuerdo que hubo temporadas en las que me llevó al estadio cada 15 días para ver a su equipo favorito que casi siempre era derrotado. Quizá desde la infancia aprendió a templar su carácter y a ser mediocre aficionándose a una franquicia poco famosa y perdedora. Yo, vástago malagradecido, disfrutaba verlo sufrir cuando tenían a su equipo en la lona y él rezaba, gritaba, lloraba, literalmente hasta ser el último en el estadio. No había panorama más desolador que mi padre pensativo en ese coloso vacío de cemento.

***
Estos días de asueto obligatorio me han dado por poner en orden --recordar-- los primeros días cuando te fuiste. Era primavera. La soledad volvió a tomar mi cuarto en forma de grietas y paredes a punto del derrumbe. Me da miedo cuando lo invisible, lo inasible, puede ser percibido por alguno de mis sentidos. Mi única compañía volvió a ser el frasco de Nescafé, las botellas de tequila y de cerveza como cadáveres, las oxidadas navajas de afeitar.
Cuando salía de la oficina caminaba sin rumbo. Contemplé mi sombra por horas, cansada de mí y de mi insomnio. Recorrí los lugares que eran habituales para ti. Te imaginé detenida en las ofertas de las tiendas de ropa, observándote a ti misma en los cristales de los aparadores o escuchando a los indigentes con regocijo.
Y el sol y el calor insoportables: ¡Ojalá fueras lluvia y me empaparas! ¡Llovieras a madres, a cántaros! Te instalaste en mi vida con la impunidad y fuerza con que nos gobiernan, con la cotidianidad con que alguien se saca el premio mayor de la lotería. Y uno tan dispuesto y decidido a venderle su alma a Dios por sólo un centímetro de tu piel. Sin ti mi corazón a punto está de ser alimento para gatos.

Héctor Cruz

México, diciembre de 2006


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