Sunday, August 12, 2007

Diario del Ron de Guillermo J. Fadanelli

El miércoles 29 de marzo, después de cinco días de no beber un solo trago, fui a comer con Alejandro Páez. Hablamos acerca de varios temas, entre ellos, el contubernio del senado con los monopolios de la televisión. La televisión no quiere poder, quiere todo el poder. Lo tiene. Después llama Mauricio Montiel para que lo acompañemos a tomar un digestivo en el Xel.Ha (tomar un digestivo, por lo regular, es el preludio de una borrachera siniestra, espantosa, o sea un eufemismo). Fui sin saber que la noche, en mi caso terminaría a las tres de la mañana cuando Montiel decidió echarme de su casa. En algún momento Sergio González llamó para decir que Salvador Elizondo había muerto. Carajo, nos lamentamos, ¿por qué no se muere una docena de políticos en vez de un escritor? ¿Una docena nada más? Salí de casa de Mauricio balbuceando, dispuesto a caminar las veinte cuadras que separan Amsterdam del general Salvador Alvarado, pero Mauricio Carrera se ofreció a llevarme hasta mi departamento. Para no incomodar a Yolanda me acosté en el cuarto del fondo, uno donde guardo mis libros (allí están Farabeuf, Autobiografía precoz y El hipogeo secreto) y los sobrantes de la revista Moho. Lancé dos mentadas de madre al aire y me quedé dormido. Es la única manera que puedo dormir profundamente, borracho, en un camastro incómodo, escuchando voces en los pasillos de un cerebro que no deseo reconocer.


El jueves 30 me vi con Javo y Wenceslao Bruciaga para comer en el Covadonga. Javo quiere hacer un Fakinelli, es decir un fakir con artículos míos acerca del centro histórico que publiqué hace casi diez años. No miento si afirmo que el proyecto me ha entusiasmado bastante pese a que me veo como un cadáver al que le cantan una balada triste. Javo me ha pedido que invité a algunas personas a colaborar. Le he dicho que Artemio y Daniel Guzmán quizás desearían hacerlo. Wenceslao me ha dicho que existe un antro en la Zona Rosa llamado El Cabaretito, me pide que vayamos la siguiente semana, pero dudo mucho que en mis condiciones tenga deseos de conocer nuevos antros. Los perros viejos husmean siempre en el mismo sitio. Javo se pone un casco en la cabeza y se va. Llega Fernando Hernández. Se marcha Wenceslao y a las siete treinta de la noche nos dirigimos Fernando y yo hacia el X Teresa donde me he comprometido con Carlos Martínez Rentería a presentar el número de su revista dedicado a la cocaína. La presentación es lo más parecido a una asamblea de atorrantes preparatorianos. Un imbécil nos increpa desde el público, dice que él sí es un drogadicto, y nos lo va a gritar a la cara en vez de hacerlo en el zócalo. Lo callo desde el micrófono: ¡Cállate cabrón!, le digo, pero sigue insultándome. Me entran ganas de colgarlo del altar mayor o hundirle las nalgas de una patada, pero me reprimo, me digo a mí mismo: “No, no otra vez.” Mayra interrumpe su lectura. Eko intenta conciliar, Servín no lee lo que tenía planeado y apenas si habla un par de minutos. El público, en su mayoría un hato de cobardes, lo solapa, al final Carlos Martínez (como un diputado conciliador en busca de votos) le da el micrófono que me niega a mí. En fin, un acto arbitrario y policiaco que nos comemos sin decir pío. Amanda canta y casi nadie la escucha. Se decepciona y me mira como si fuera yo el culpable. Toño de la Rosa coloca en el escenario una mesa de cristal para que el público consuma cocaína (todo permitido por la referencia performance). Teresa Margoles expone unas tarjetas con imágenes de muertos por el narcotráfico (las tarjetas sirven para cortar polvo). Ninguno de nosotros está conforme. El grupo se rompe. Unos van al Pasagüero. Otros a El Nivel. Vuelvo al Covadonga, me acompaña Amanda, Andrés Ramírez y Fernando. El capitán dispone una mesa para veinte personas (ya nos conoce). Después comienzan a llegar los amigos acompañados de desconocidos que se ponen a cantar Las Mañanitas (¿qué clase de droga toman desde su infancia?). Es un performance. Me cambio de mesa por un rato. Voy a donde se hallan Juan Manuel Gómez y Héctor de Mauleón. A las cuatro unos cuantos nos vamos a casa de Brenda. Y después a mi casa. A las diez de la mañana del viernes me tiro de nuevo en la habitación del fondo.





El viernes 31 despierto a la una de la tarde. He dormido tres horas. Se han marchado Amanda y Leandro, pero ha quedado Jorge González. Nos vamos Yolanda, Jorge y yo al Gran León. Bebemos mientras Jorge pone en orden vía celular los asuntos del Pasagüero. Acordamos presentar Moho en su antro y además pedirle a Miguel que reviva a Mazinger Z. Hacemos planes de lo más estúpidos. Apenas si tomamos un caldo de camarón. Estamos de pie porque alguien tiene que ser un héroe anónimo, sin causa, ni reconocimiento, ni sentido. Nadie se lo explica de esta manera. Polo, el mesero, va a saludarme cuando nos estamos marchando. Nos espera Miguel Calderón en su casa con una decena de personas que tampoco han dormido. Miguel está distraído, de pronto se concentra y pelea con una zorra vía mensajes telefónicos. Un actor se encuera, pero su cuerpo musculoso sólo atrae a las mujeres mosca. Teresa Margoles me cuenta su próximo proyecto, intento comprender. Julián Lede conversa con dos grupis de la Universidad de Las Américas, es el ídolo de Cholula. Yolanda se despide. Salgo a las seis de la tarde. Me dirijo al Centenario donde me reencuentro con Páez. Conversamos. Todo está bien, pero llega Rubén Bonet e insulta a las amigas que están con nosotros en la mesa. Páez se va. Las amigas también. Bonet es la peor broma de esa noche. Yolanda pasa a la cantina por mí, como siempre que me emborracho se mete a un súpermercado o a una tienda a comprar cosas. Esta vez ha comprado un suéter sin atributos, dice qué es la moda, digo que es mierda, ¿y quién soy yo para dar un juicio en esas condiciones? Llego a mi cama a las once de la noche. Y duermo hasta el próximo lunes.






Sábado 1 de abril.

Muerto


Domingo 2.

Muerto


Lunes 3. Llamo a Miguel por la tarde. Se va a Tepic, Nayarit, único estado donde no existe una sola librería. Está dudando de que hagamos el guión que teníamos planeado. Lo pensará. Lo pensaré yo también.


Martes 4. Viene a visitarme mi hermano. Comemos en Argentinísima un restaurante gaucho baratón. Siento odio por mis vecinos (excepto por Paola y la señora Paty), pero en cuanto baje el calor el odio también disminuirá. Iré al sur de la ciudad para comprar un par de libros (hace meses que no rebaso los límites sureños de la Escandón). Espero volver sin sufrir daños. No quiero beber, tampoco drogas, ni conversaciones inútiles o interesantes. éstas últimas las peores. Que pasen los días, y hacerme más viejo, y descansar por un par de eternidades. Cómo puede conciliarse el deseo de esfumarse con escribir este diario mamón. Es una farsa. Y sin control


Jueves 6. No he bebido desde el viernes pasado. No lo voy a hacer. Siempre sucede lo mismo: beber hasta que desaparezcan los chinos de la tierra, cocaína, risas amargas y después dos días de resaca, con el olor a químico, el estómago destruido, la ansiedad implacable, la depresión absoluta, tendido en la cama durante horas, a veces días sin descansar, sin dormir un solo minuto, el cuello paralizado, el hígado hundio en una alberca de ácido, el recuerdo de un placer que no volverá a ser igual. Carajo, mejor me voy a un Vips. Amanda canta esta noche y Pepe Leyva ha llegado de España, Miguel viene de Tepic, debo ver a Fran Ilich mañana, pero no beberé una gota de alcohol, a excepción de una botella de vino y cuatro o cinco cervezas.


Viernes 7. Por la mañana corro un par de kilómetros en el bosque de Chapultepec, las ardillas me miran con lástima, un anciano me rebasa. Por la noche tomo jugo de tomate con vodka en el bar Nuevo León. Me entero que Rita Varela es de Zacualtipán. Discuto con otras personas acerca de aviones, nadie sabe a ciencia cierta cuántas pistas tiene el aeropuerto de la Ciudad de México. Cuando se habla de las elecciones me desentiendo, no me interesa el tema, no quiero hablar de esos sirvientes que meten cadáveres bajo la alfombra, indecencias de corto plazo, una plaga.


Martes 11. Hojeo un libro de Juan Carvajal, Aphorismytos, un aforismo llama mi atención: “Después de la revolución viene la cama.” En cambio, a Yolanda que desayuna a mi lado le parece más divertido el siguiente: “Dios no insiste.” Escribo mi artículo para Confabulario.


Jueves 13. Me llama Héctor de Mauleón, director de Confabulario. Me dice que le ha gustado mi columna. También me propone hacer algo en un programa de televisión que está dirigiendo. Yolanda está filmando un video en el departamento y me pide que me pierda unas horas. Me encuentro en el Puerto de Veracruz, una cantina en Revolución, con Juan Carlos Reyna, un escritor tijuanense que además colabora con el colectivo Nortec (nunca he sabido a ciencia cierta qué carajos es eso, Juan Carlos me lo explica). Él está sediento y dice que “quiere pagarme la peda”, así con esas palabras. Conversamos sobre literatura. Después de dos horas Jesy Bulbo está con nosotros. El viernes tocará en El Colmillo. Vamos a la cervecería Ajusco, un mingitorio con servicio de bar, como acostumbraba decir Víctor del Real, director de Gallito Comics, sobre estos antros. Después nos desplazamos a la cantina Ardalios (es jueves santo y todo está abierto, un jodido milagro sin duda). Llega Brenda Lozano, se va Jessy, Juan Carlos pide a un cuarteto ranchero que toquen un corrido dedicado a su tío, ellos no lo conocen, Juan Carlos se decepciona, ¿cómo que no conocen el corrido sobre mi tío estos pendejos?. A Brenda le incomoda Juan Carlos, ¿quién es este ojete?, me pregunta. Se va. Despué la veo a solas en el Seps, conversamos dos horas, cenamos, un viejo toca el piano, nos pide que le hagamos una sugerencia, Brenda dice Bésame Mucho, el viejo nos vende un disco, estamos borrachos. Vamos a otro bar donde tomamos vodka. Ella encuentra amigos de su edad, pero se queda conmigo. La dejo en su casa a las tres de la mañana.


Viernes 14.
Veo a Rafael Pérez Gay, Delia Juárez, Nicolás Echeverría, Fernanda Pérez Gay y Mauricio Montiel. Comemos. Son las seis de la tarde. La hija de Nicolás está enferma. Montiel me lleva algunos ejemplares del suplemento cultural que dirige en Morelia: La Nave se llama. También me entrega ejemplares de la revista Revés que edita Francisco Valenzuela. Esta revista anuncia en la portada un encuentro de lucha libre entre Martínez Rentería y yo. Me descubro con una máscara de luchador en un par de imágenes dentro de la revista. Debí de estar muy borracho para ponerme una máscara, yo prefiero el box. A las ocho, Yolanda se suma a la reunión, también Rosalba. Esta última está radiante porque hará comerciales para un político. Carajo, cuánta miseria, pero la queremos. A media noche estoy en mi casa. termino de leer un libro bastante cuerdo, El malestar en la globalización, de Joseph Stiglitz. A las cuatro de la mañana estoy dormido.


Domingo 16. Veo a mis hermanos. Sus hijos crecen. Pasamos una buena tarde. En la noche leo un artículo sobre la fuga de valores. Cada vez que alguien con talento se traslada a otro país, se dice que se ha fugado. Parece ser que lo correcto habría sido quedarse en este infierno de corrupción y traidores. Me ha escrito Kyzza, lo veré el jueves. El martes me harán una entrevista para un periódico deportivo. Hablaremos de futbol. Carajo, ¿qué puedo decir yo acerco de eso? Inventaré algo. La cuestión es que me inviten los tragos.

Lunes 17. Viene Armando Pérez a mi casa. Se lleva cincuenta revistas del nuevo número de Moho. Le envío varias a Juan José Gurrola, a Sergio González, a Balmori y a varios colaboradores. Nuestra distribución es inútil, precaria, accidental, pero la prefiero a estar en un jodido Sanborns. Espero cobrar pronto las publicidades para pagar la renta. Veré a David Lida esta noche, quiere proponerme un trato. Espero que me invite una ginebra. Leo las primeras páginas de Perro Callejero, de Martin amis, no está mal, pero sé que conforme pasen las hojas un malestar me invadirá, ese que me provocan los escritores volcánicos, demasiado lenguaraces. En fin.

Martes 18. La entrevista es soportable. Todo esto es para esconderme, quedar sepultado en un alúd de palabras. Ahora escribo sin detenerme, sin pensar como lo hago siempre que tecleo para este diario del ron, ¿es en realidad un diario? No, es una tontería desesperada. El periódico que me entrevista se llama Record, lo he vsto en los puestos de periódicos, pero nunca lo he hojeado. La entrevistadora se llama Carolina Hernández, es de Culiacán. Hablo, despierto de nuevo el alúd, no tengo vergüenza porque me he tomado una botella de vino. Digo que la obligación de la selección es perder, los jugadores deben callarse, relato que mi padre bajaba el volúmen cuando miraba un partido en televisión, no le interesaban los comentarios, mucho menos el parloteo para vender papitas o sentirse parte de un equipo. Lo mismo sucede conmigo. No sé qué más. A un lado de mi mesa en el bar Nuevo León está el pintor Gustavo Aceves, sonríe burlón mientras me entrevistan. Esa noche será larga, pero no tengo deseos de narrarla, sólo diré que Javier García-Galiano estaba radiante por el aniversario del Atlante y Carmina Narro sonrió durante toda la noche, excepto cuando dijo que Octavio Paz se había portado como un miserable con Elena Garro. Javier la contradice. Mientras yo vomito en el baño de la casa de una desconocida, no recuerdo su nombre, después dije que necesitaba unos zapatos nuevos, pero nadie me creyó porque creen que tengo solvencia económica. Amanda era una zombi, iba de un lado a otro de la casa como una pequeña venusina. Jorge Dorantes mantenía la calma, como un tiburonero en altamar. Los dos, Amanda y Jorge son de Tampico, como José José y García Esquivel, Mauricio Garcés y Rockdrigo, el padre de Amanda.


Miércoles 19 Muerto.


Jueves 20. Comí con Kyzza en el Montejo. Hablamos sobre cualquier cosa. Está cansado de estar en una oficina y quiere filmar su película. Lo hará, sin duda. En la tarde me llama Jessy, dice que está aburrida y que su padre es aspirante a diputado suplente de no sé qué jodido distrito. En la noche llama Maripili, le digo que todavía puede ser teibolera. Estoy ansioso, he terminado el cuento que me pidió Norma Lazo sobre la violencia en la ciudad. Lo he llamado Shin Bu Kan, como una escuela de karate que está cerca de mi casa. Mañana veré a Julio García que ha venido de Austria, él fundó la revista Moho conmigo hace casi veinte años, ahora tiene hijos, un trabajo estable, una mujer que lo quiere. Y yo sin hijos, ni trabajo estable y con una mujer que me pasara una faca por el cuello en unos cuantos meses. Carajo. El domingo estaré en Bellas Artes en una conversación con Rafael Pérez Gay. Lo hago porque es mi amigo, me lo ha pedido y no he podido negarme, si no jamás hubiera aceptado meterme en la boca de ese pastel entelarañado. Mañana iré al centro a buscar un sombrero como el que usaba Hunter S. Thompson.







Viernes 21. Estoy de vuelta en el Centro. Viví cinco años en la calle de San Jerónimo. No me arrepiento de haber partido. Compro un sombrero, un panamá blanco, en Tardán. La mujer que atiende me cobra de más. Le he caído mal. Me da un precio mayor para que me marche pronto, pero le pago sin decir palabra. Es una gorda rolliza, me imagino su culo violeta y sus pantorrillas enredadas en gruesas várices. Se queda sorprendida. Más tarde veo a mi hermano en su trabajo en la comisión de aguas. Los perredistas lo explotan porque no forma parte de ninguna organización ni de un partido. Está allí diez horas diarias por un sueldo miserable. Le digo que me han pagado bien un artículo y comparto con él la paga. En el Tío Pepe veo a Alejandra Maldonado, tomamos vodka y cerveza. No le gusta mi sombrero. Después me voy al bar Nuevo León. Allí está Héctor de Mauleón que me ha invitado a participar en su programa de televisión. Le digo que quisiera estar mínimo diez minutos y llevar a cabo digresiones, hacer lo que se me ocurra. No lo convenzo. Diez minutos en televisión es mucho tiempo para un miserable que no tiene el carisma de Poniatowska o Dehesa.

Sábado 22.
Duermo todo el día.


Domingo 23
Es lo de Bellas Artes. Me pagan mil quinientos pesos. El auditorio está lleno. Bebemos ron de un ánfora que me regaló Maripili. Hablamos Pérez Gay y yo durante hora y media. Rafael está de buen humor. Ambos estamos animados. Me olvido del público. Luego nos vamos, un grupo, a tomar algo al restaurante. Están Joserra, David Toscana, Eduardo Parra, Claudia Guillén, Carlos Martínez, Felipe Posadas, Fernando Sanabrais, Wilibaldo Delgadillo, Yolanda, Guillermina Scoto, Brenda Lozano, Dulce María López y yo. Después nos dirigimos a casa de Rafael, pero estoy allí sólo unos minutos. Me encuentro con Kyzza Terrazas y su padre. Conversamos. EduardoTerrazas está de buen talante, habla de beisbol con el biólogo Hernández. El biólogo le regala su libro. Me siento jodido. Llevo el ridículo sombrero en la cabeza. Una bala se vería mucho mejor.

Lunes 24
Escribo unas líneas. Termino de leer Crucero de verano, la novela de de Truman capote. Es un libro magnífico, algo juvenil y vehemente, pero escrito con la maliciosa lucidez de un hedonista que sabe que sufrirá por siempre. Aunque algunos dudan de su autenticidad ya que la novela fue publicada después de la muerte de Capote. No hay por qué dudar. Hablo con Montiel. Mañana presentaremos su libro, La errancia, en Pachuca.


Martes 25
Me voy desde temprano a Pachuca. Llegando tomo unas cervezas en La Blaca, un restaurante que está frente al reloj de la plaza principal. Llega Mauricio y nos vamos a comer con Juan Carlos Hidalgo y Brenda a Real del Monte. Tomamos tequila. La presentación es un fiasco, estudiantes idiotas, acarreados y una que otra persona interesada. Me porto como un insolente, después me arrepiento, pero está hecho. De todas maneras hablamos del libro, un arbol porfiriano que entrelaza los conocimientos de cine, arte y literatura que Montiel ha acumulado en su juventud. Es un libro para iniciados. En la noche vamos a casa de Juan Carlos y me recuerdo bailando recostado en el piso.

Miércoles 26
Desayuno un par de cervezas en La Blanca. Llega Juan Carlos Hidalgo para hacerme firmar unos papeles, y para pagarme por haber presentado el libro de Montiel. Sé que no me pagará, porque hace sus propios negocios. ¿Qué hacer?, Nada. Se marcha sin pagarme (la feroz Alejandra Maldonado me dice que lo denuncie, pero cómo hacerlo si ha sido tan buen amigo, y la cantidad además es una miseria). Vuelvo al DF y veo a Carlos Martínez en el Pánuco, la cantina a un lado de la Vocacional Seis. Me emborracho y le pago la cuenta a él y a su amiga. Me he acabado el dinero destinado para la renta, carajo. Voy al Covadonga a cenar. Leo y me escondo tras las páginas de un libro de Benjamin: Poesía y capitalismo Iluminaciones II. Subrayo lo siguiente: “En el bulevar la sociedad pasaba sus horas de ocio que exhibía ante los demás como una parte de su tiempo de trabajo.” Veo llegar a Mónica Nepote. Es una mujer hermosa. Se sienta en una mesa de poetas desamparados. La cena es mala. Salgo corriendo de allí antes de vomitar sobre los jugadores de dominó que fuman puro y golpean la mesa con sus fichas de marfil.

Jueves 27. Se presenta La Editorial Almadía en el D,F. Publicaron un largo ensayo que escribí un año antes: En busca de un lugar habitable (el libro en el ocaso del humanismo), los editores le quitaron la mitad del título y la dedicatoria, pero la imagen de la portada es totalmente adecuada, del pintor Jonathan Barbieri. El capítulo sobre el espíritu humanista comienza con esta frase de Sloterdijk: “El concepto de humanidad esconde una litigante paradoja, que puede formularse asÍ: nos corresponde estar junto a aquellos a los que no pertenecemos.” La mesa de presentación es pueblerina (cerca de diez personas). Bebemos mezcal. García-Galiano duda de que haya yo escuchado alguna vez a Brahms, para él mi personalidad es la de alguien que jamás ha escuchado a Brahms. Samuel Noyola me regala una botella de plástico con tequila Tonaya. Vamos al Covadonga y de allí a casa de Páez. Miguel Calderón se une a nosotros. La noche es larga. Me ha dado alegría ver a Leonardo da Jandra. Y también a Eusebio Ruvalcaba.


Sábado 29.
Una francesa de nombre Cathy quiere hacerme una entrevista. Nos vemos en el restaurante Montejo. Viene acompañada de una agradable mujer que ha trabajado una década en el servicio exterior. Cathy es una joven estudiante de doctorado. Habla bien español. Ha hecho una tesis sobre Jorge Ibargüengoitia. Recitamos de memoria algunos párrafos de La ley de Herodes: “¿Cómo llegó? ¿De dónde vino? Nadie lo sabe. El primer signo que tuve de su presencia fueron las pantaletas.” Ella recuerda una frase de Debord que citamos el domingo pasado (Cathy se encontraba en Bellas Artes): “Somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres.” Bla. bla. bla. La entrevista es larga, pero como estoy bebiendo anís y café estoy dispuesto a conversar. Después nos vamos a casa de Montiel. Nos acompaña Yune, una joven de Morelia que habla mucho, es belicosa, pero a fin de cuentas agradable. Demasiado joven para los vejetes en los que nos estamos convirtiendo. A las cuatro de la mañana Yolanda pasa por mí.


Domingo 30
Muerto.

Lunes 1 Mayo
Leo Los emigrados, de Sebald, chismes sutiles acerca de las primeras décadas del siglo en pequeñas ciudades austriacas y alemanas. No me interesa demasiado, pero termino la lectura.


Martes 2
Voy a correr a Chapultepec. Cuatro kilómetros. Me siento fuerte. Las ardillas me respetan sólo este día. Escribo un artículo sobre el miserable líder de los mineros, Napoleón Gómez Urrutia. Si estuviera en mis manos lo colgaría de un árbol. Recuerdo la vida de líder sindical de mi padre. Él condujo varios años un trolebús. Fue un hombre honrado.


Miércoles 3.
Artemio y Amanda Lalena tienen un par de días sin dormir. Quieren continuar la fiesta. Comemos en una cantina, El Ebro. Estamos ocho horas en una mesa. A lo largo de esas horas van, se sientan, se marchan, llegan Miguel Calderón, su padre Mauricio Calderón, Jessy Bulbo, Agustina (le sugiero leer La última salida a Brooklyn, de Hubert Selby. Jr), Brenda Lozano, Elena Fortes, Teresa Margoles, Alejandra Maldonado. Mauricio y Teesa pagan la cuenta. Después seguimos al Centenario y luego a una cafetería donde nos encontramos a Julián Lede. Vuelvo a mi casa, estoy borracho, drogado, deprimido, cansado, tarado, asustado de la vida anodina que me he planteado como un lento suicidio. Vicente Fox ha vetado la ley que permitía una portación mínima de sustancias prohibidas y ha dejado a parte de la población en manos de la policía, los tinterillos, los maleantes, los idiotas. Se lo ha ordenado Bush.






Jueves 4
Muerto.

Viernes 5.
Alejandra me invita a comer (una de cal). Decidimos dormir temprano. Mañana saldré rumbo a Real del Monte con mis hermanos. Día de campo. Tomaré valeriana. Lo prefiero a los ácidos. Estoy leyendo El duelo de los ángeles, de Roger Bartra. El humor melancólico, los fracasos de la razón, el espíritu moderno son algunos temas del libro. Subrayo una idea de Swift según la cual cada vez que escribimos un mal poema o una obra defectuosa limpiamos nuestro cuerpo. Los malos poetas son en realidad hombres enfermos que erutan sus males para intentar curarse.

Sabado 6
Visitamos la que fue casa de mis padres. Recibo la correspondencia de un mes. Estoy invitado a París, a un encuentro de escritores llamado América, allí estarán John Updike, Chuck Palahniuk, John Irving y más. Me entregan las copias de las reseñas de mis libros en Francia, son amables todas, algunas entusiastas. Las leo como si no fueran de mi incumbencia, en el fondo no lo son. Me llega la carta de invitación para Berlín donde viviré durante un año. Me siento agobiado. No tengo deseos de ver la cara de otros escritores. ¡Quiero ir al encuentro anual de bastoneras en Portland! Mi libro Lodo ha desaparecido, no está en librerías. México es un país difícil para un escritor. Aquí los editores se revuelcan en el excremento que escupen los políticos cada minuto. Absolutamente a nadie le interesa pensar por sí mismo. No hay lectores. Los escritores han desaparecido, los espectros pálidos, educados, que vagan por allí dando conferencias y haciendo declaraciones acerca de su obra son prueba de ello. En fin. Nos dirigimos en una camioneta hacia Huasca en el Estado de Hidalgo. Antes habíamos ido al cementerio a visitar la tumba de mis padres. Volvemos en la noche. Me llama Miguel para ver si quiero ir a un concierto. Le digo que dormiré toda la noche. Se me antoja meterme un gramo de cocaína acompañado con diez somníferos y dormir abrazado de una prostituta joven y sin conciencia de clase.


Domingo 7
Estoy leyendo La guerra civil española, de Hugh Thomas. Es tediosa su obsesiva confianza en los hechos, sin embargo, por momentos, el historiador inglés es gracioso, sobre todo cuando hace observaciones aparentemente frívolas. Por ejemplo, dice que los anarquistas españoles no permitían el amor libre, que la reina Isabel era ninfómana, y que a Barcelona le llamaban “La ciudad de las bombas.” A esta hora está jugando el Osasuna, pero no puedo ver el partido.

Lunes 8
Voy a La Guadalupana, una cantina que conocí cuando estuve en la universidad. En la mesa esta la hija del presidente de Costa Rica. Ese mismo día su padre deja la presidencia. Ella parece descansar. Los hielos dentro del vodka brillan como diamantes.


Martes 9
La vida humana como tal es una derrota, escribe Kundera, y la novela intenta comprender la esencia de esa derrota. Es un libro de Milán Kundera que reúne ensayos: El telón, se llama. La novela es una digresión o no es novela, he pensado siempre, de la misma manera que Trías dijo alguna vez que la filosofía o es metafísica o no es filosofía.


Miércoles 10
Yolanda va a comer a casa de su madre. Yo huérfano desde hace tres años, me pongo a ver la televisión.


Jueves 11
Veo en el Covadonga A Rafael Pérez Gay, a Montiel, a Florentina Vidal una hermosa mujer que visita por unos días la ciudad de México. Estamos catorce horas sentados y bebemos dos botellas de vodka y dos de Whisky. Al día siguiente a través de las fotografías que ha tomado Yolanda después de media noche me entero que tambien estuvieron en la mesa (yo estaba demasiado ebrio para recordar) Héctor de Mauleón, Niña Yhared, Pepe Leyva, Mariana, Jorge Luis Sáenz.

Viernes 12.
El Golfo de Tehuantepec es una pequeña cantina en Tacuba. En sus muros están pintados los equipos de Necaxa (el de los once hermanos) y Guadalajara. René Velázquez, Juan Manuel Servín, Rentería, Alejandra Maldonado, Florentina Vidal y yo nos encontramos allí. En la noche vamos a casa de Alejandra. Va Felipe Lara con su hermana, dibuja en la pared de Alejandra uno de sus monos. Hay mucha droga. Vamos Alejandra, Felipe y yo a una fiesta donde pone discos Ali Gardoki, es en una azotea. Después nos vamos al Jacalito, Alejandra y yo, no tenemos dinero y pedimos dinero a la clientela, reunimos 25 pesos en monedas y compramos una cerveza, le damos pequeños sorbos para que nos dure hasta las seis de la mañana. De pronto cierro los ojos y no sé dónde estoy: caminando por Benjamín Franklin hacia mi casa.


Sabado 13
Muerto


Domingo 14
Es cumpleaños de mis sobrina, Alexa, hija de mi hermana Norma. Voy a la vieja casa de mis padres, donde vive ahora mi hermano. Le compro un libro de relatos a Alexa, tiene 8 años. Se interesa por la historia del fantasma de Carnterbury, le prometo que buscaré el relato de Wilde con ilustraciones.


Lunes 15
Borrado de mi mente.

Martes 16
Es la final de la Champion. Kyzza me deja plantado y veo solo el partido en mi casa. Es un honor ver jugar a Tierry Henry. veo a Tania Sandler en la noche. Bebemos, conversamos hasta las siete de la mañana. Su presencia me altera. Leemos sus relatos. No están mal. He decidido no verla más. Quizás nos visitemos en el hospital una vez que ambos hayamos enloquecido. Y si muere primero me reiré en su tumba, y si muero pondré trampas alrededor de la mía para que no se acerque. Tenemos más de una década de conocernos.


Jueves 18
Miguel Calderón me muestra el libro que publicará sobre su abuelo, contiene varios aforismos míos y dos de Philip Roth. “He invertido todo mi dinero en la destrucción de mi cuerpo.” Vemos a Gabriel Orozco, conversamos hasta que unos fans borrachos lo abordan y tiene que marcharse. Estamos en el Covadonga. Miguel y yo vamos al Bull Pen. Recibo una llamada extraña. La voz es de una mujer desconocida. Me pregunta dónde estoy y minutos después llegan dos mujeres a nuestra mesa. Entre las dos se quieren follar a Miguel. A él le da un ataque de risa. A las seis de la mañana vuelvo a mi casa.


Sábado 20.
Veo a mi hermana Norma y a su hija Alexa. Las invitamos a comer. Después Paseo con Alexa en el parque.


Domingo 21. Veo a Páez y a Maripili, nos vemos en El Bajío. En la tarde comienzo a leer La suspensión política de la ética, de Slavoj Zizek. La violencia admitida, la guerra de Iraq, las cárceles clandestinas de Estados Unidos donde convierten a los prisioneros en muertos vivientes, son algunos de sus temas. Subrayo: el musumlmán es el grado cero del semejante, punto de inflexión en la concepción, utopía de un humanismo occidental.


Martes 23. Es cumpleaños de Yolanda. Nos vamos a Taxco y nos encerramos en un hotel que está en lo alto de un cerro.






Miércoles 24. Comienzo a escribir mi libro Elogio de la vagancia.


Jueves 25. Volvemos de Taxco en la noche.


Viernes 26. Visito la librería Rosario Castellanos. No me invitaron a la inauguración. A muchos amigos sí. En el fondo los burócratas de la cultura me odian, me miran con terror y desprecio. Por supuesto jamás hubiera aceptado asistir a ninguna inauguración. Jamás lo he hecho. Compro El respeto o la mirada atenta, un ensayo del filósofo catalán Josep M. Esquirol. Es otro libro sobre humanismo, el espacio público y la distancia necesaria entre los seres humanos para llevar a cabo una mínima y digna convivencia. Es un ensayo sencillo y al mismo tiempo conciliador. Por la noche me encuentro con mis amigos, llegan a la mesa Lorena Wolfer, Rogelio Sosa, Ana Terrazas y Mike Mafia. Termino hablando para mí mismo, ebrio, ante la mirada compasiva de los demás. De pronto me doy cuenta de que ha sido demasiado, de que estoy a punto de lanzarme por una ventana. Estoy en un edificio de la calle Bajío. Todo termina antes de volver a pensar.


Lunes 29. Llama Martín Solares. Está de visita en México. Vive en París. Yo he visitado cinco o seis veces en París. Después de Madrid y el DF es la ciudad que más he caminado. Pensé que jamás volvería, pero parece que en septiembre estaré nuevamente allí. No me conmueve, preferiría ir a una playa en el norte de Portugal.


Martes 30.
Veo a Martín Solares, a Frank Goldman y su mujer. Estos últimos vuelven a Nueva York. Está Jorge González, hacemos planes para la presentación del libro de Alejandra en el Pasagüero. También se presentará el nuevo número de Moho. En el Bull Pen un delincuente quiere clavarme un cuchillo, no me amilano, pero tengo prudencia, sopeso si tengo posibilidades de ganar, recuerdo que allí me rompieron la nariz de una patada, recuerdo la sangre, la operación, el dolor, así que ahora lo pienso mejor, por fortuna me conocen en el barrio y lo amedrentan, todo es tan silencioso, señales, miradas, amenazas al oído, el tipo recién salido del reclusorio se marcha, a mí también me habría gustado meterle un cuchillo en la garganta. Termino a las siete de la mañana en los edificios Condesa en casa de un magnífico anfitrión, un dibujante, Camacho. Rentería se ve destruido, yo lo estoy. Martín se ha marchado. Yolanda pasa por mí. Lleva un abrigo de peluche naranja.

Jueves 1 de Junio.
La Providencia es una cantina que frecuenté hace más de quince años, era un lugar modesto donde se comía bien. En la noche voy a la presentación del libro Paraísos duros de roer, de Rafael Pérez Gay. Luego nos vamos un grupo al Covadonga porque es cumpleaños de Miguel, va Fernando Hernández, su novia Mariana, su hermana Mariana, Yolanda, Nicolas Echeverría, Páez, Montiel y yo. Llega Gabriel y Emilio Acevedo, Julián Lede, Alejandra Maldonado, Mauricio Katz, un japonesa que es colombiana, más hermosa que el fin del mundo. La fiesta termina a las nueve de la mañana en casa de Calderón.Éste me acusa de volverlo intelectual: nos destruímos el estómago y el hígado.






Viernes 2. Unas cervezas a las tres de la tarde. Leo de Benjamin “Todo choque de civilizaciones es el choque entre sus brabaries subyacentes.”


Domingo 4. El orden es una virtud triste y sombría, escribió Montaigne. Desconozco esa virtud.

Lunes 5. Escribo mi columna Hotel Savoy, para Confabulario. Héctor de Mauleón desea que presente su libro el próximo martes. Lo haré. No leeré cuartillas, sólo haré algunos comentarios. Comienzo a odiar a las personas que leen en público.


Martes 6. Es un conjunto de ensayos reunidos bajo el título de Filosofía y futuro. El autor es Richard Rorty. Leo unas páginas de El Jarama. de Sánchez Ferlosio, y un relato de Miguel Delibes.


Miércoles 7. Se ha hundido parte del Lago de Cahpultepec. Miles de carpas mueren. La gente las recoge para cocinarlas en su casa, esa noche varias familias mexicanas comen mejor que nunca.


Jueves 8. Con todas las reservas del caso comienzo a leer a Giovanni Sartori, Homo videns (la sociedad teledirigida). No me gusta su estilo pontificador y espectacular, y la sociología contemporánea me repele, sin embargo es un buen polemizador para los temas contemporáneos. Quisiera ser sólo contemporáneo de los griegos, pero he caído en el escollo del presente. Por la noche veo a Amanda, Thomas, Ana José, Kyzza, María Alos, Joaquín Segura, Gustavo Artigas, Lorena, Rogelio Sosa, en un antro llamado Monte Blanco, bailan con canciones de Amanda Miguel.






Viernes 9
Veo a David Lida. Hacía tiempo que no nos encontrábamos para conversar. Tomo tres litros de cerveza.


Sábado 10. Decido aceptar la invitación a Monterrey. Habrá allí un encuentro de narradores jóvenes del norte. Yo doy la conferencia de clausura del encuentro. Da Jandra hablará en la inauguración. Dos viejos entre decenas de escritores jóvenes. Espero que valga la pena.

Domingo 11
Viene Norma y Alexa a casa. Después vamos a comprar zapatos para Alexa.

Lunes 12
Fui a Viveros, corrí tres vueltas, una entera y dos en fartlek. Terminé agotado. Podría ganar una pelea siempre y cuando el otro no sea un profesional. No puedo mudarme de departamento, no puedo hacer nada porque en unos meses me iré a vivir a Berlín.


Martes 13
Presento el libro de Héctor. Como los dos presentadores restantes leen cuartillas intento improvisar a partir de mis notas, pero es un desastre. No estoy en mi día. Vamos todos después al Covadonga. Me acompañan Andrés Ramírez y Brenda Lozano. La reunión es interminable. Me emborracho como nunca y termino a las siete de la mañana dormido en una banca de la avenida Amsterdam y Sonora. La banca fue diseñada por el arquitecto Juan Segura.


Jueves 15
Dos libros nuevos. Me llega por correo la obra de un gran amigo, Eric Martin. Su novela se llama Winners. Compro también Luna Park de Bret Easton Ellis.

Viernes 16.- Me veo con Páez y Mauricio Montiel en el Nuevo León. Pasan el partido de México. Hay banderas en el restaurante. Después me encuentro con Alejandra Maldonado y Luis Urrutia en el Covadonga. Veo a Eduarda Gurrola que me invita a ver Hamlet, que dirige su padre. Ella interpreta a Ofelia. Hace casi un año que no veo a Juan José una de las personas que más he admirado. Prometo ir a la obra y lo haré antes de una semana. También iré a ver la obra de Carmina Narro. Me lo he propuesto. Me ha escrito Brenda. se va a Los Ángeles.





Martes 20 de Junio.- Una o dos veces cada año nos encontramos. Hace treinta que es mi amigo. Tiene hijos y una esposa que, parece, ha dejado de quererlo. Lo veo en el Montejo. Se llama también Guillermo, como yo. Hablamos durante cinco horas. Cuando nos despedimos dirijo mis pasos a un bar. Llamo a Pilar que accede a tomarse un vodka a mi lado. Toda la infancia pasa por mi mente. Vuelvo a casa a media noche. Hace unos días, en cambio, el amigo que más he estimado durante los últimos quince años decidió atacarme. He estado compungido por ello, pero lo he enterrado finalmente. Contra mi voluntad soy un perro viejo y para mí esto es ya asunto del pasado.



Viernes 23. Cuando el diablo tiene descendientes, los tiene en masa. Es un refrán eslavo. Recuerdo uno serbio: allí donde está la tumba de un serbio, allí está Serbia. Me veo con amigos en un restaurante japonés. Nos tratan mal. El restaurante fue fundado por un antiguo productor de Whisky en Osaka. Debido a que en Japón los pastizales son escasos, las vacas deben hacer aerobics en los establos. Les dan masaje. Por eso la carne es cara y el pescado abunda. Bebo sake, como un samurai enloquecido. La reunión es en honor de una fotógrafa, Eugenia Arenas. De allí nos vamos al departamento de Paola Tinoco. Vive en un departamento que se encuentra justo debajo del mío. El escritor que no escribe, merodea la locura: es un idea de Kafka. Y yo no escribo. Espero jamás volver a la novela. Sólo haré ensayos.


Sabado 24. Veo Argentina contra México en casa de Rafael Pérez Gay. Los mexicanos juegan futbol por primera vez, pero pierden frente a un equipo real. De cuatro partidos han perdido dos, empatado con un equipo africano, pobrísimo, que jamás antes había estado en el mundial, y han ganado sólo a los iraníes. Un fraude gigantesco si se piensa en las fortunas, en las horas invertidas en estos patanes, en la perorata que desde dos años atrás inunda los oídos de todos. Cuántos escritores y artistas, en cambio, viven en la miseria. En la noche me voy con Rosalba y Merlina de farra. Nos corren de un antro miserable que se llama Black Horse, (se reúnen allí derrotados, sin clase alguna) sólo porque Merlina, borracha, pero sagaz, bebió de una botella de vodka que traía en el bolso (había advertido que la pagaría). Nos vamos a un antro que está a la salida del metro Chapultepec: Los Arcos. No nos permiten entrar porque dicen que Merlina está borracha. Les digo que sí, que está borracha, pero que adentro del bar se están inyectando heroína en los testículos o se están metiendo dedos llenos de coca en el culo. Nos vamos al Burbu, la música es insoportable, Merlina bebe de su botella de vodka, pero les paga de antemano. Rosalba se indispone, murmura que no desea ser la niñera de Carmen Campuzano (así he apodado previamente a Merlina). Vuelvo a mi casa a las cinco de la mañana. Después me entero que Merlina continuó así durante tres días. Ella es un aforismo vivo de Cioran: “Sólo una mente de segunda clase no sabe elegir entre la literatura y la verdadera noche del alma.”


Martes 27 Junio. Salgo de mi casa sólo para asistir a la presentación de una novela de Antonio Ortuño: El buscador de cabezas. En cuanto terminan de hablar los presentadores me levanto y me entrometo en una cantina. Me acompañan Fernando Hernández y Mariana. No me permiten que les pague sus cervezas. Después entran Yoshua Okón y Daniel Hernández, un periodista de LA Weekly. Hablamos hasta la media noche. Cuando salimos Yoshua me dice que soy un escritor decadente. No le respondo, pero me pregunto si acaso alguna vez he parecido ser otra cosa. Al borracho le da vergüenza beber, pero más vergüenza le da no beber. ¿Cuántas veces he repetido esta frase de Jerzy Pilch? Probablemente siempre que bebo.


Miércoles 28. Por primera vez en una década me levanto a las siete de la mañana porque a las ocho treinta tengo un desayuno (pero si yo no desayuno, carajo), con el consejero cultural de Alemania en México, Ingo Stender. La reunión tiene que ver con una beca que me han ofrecido para escribir un libro y vivir en Berlín. Sigo sin decidirme. Conversamos, bebo tres tazas de café para ser más o menos coherente. Todo el día camino como un espectro.


Jueves 29. En el Covadonga con Páez. Llega Antonio Ortuño, Amanda, Alejandra Maldonado. Rentería nos invita una botella de vino tinto, le dan bebida a cambio de publicidad en su revista. Me voy a la fiesta de Mauricio Katz. Cuando salgo me golpeó con un tipo. No he podido evitar la pelea. Después de tirarlo al piso puedo patearlo, pero no lo hago. Nos vamos un grupo a mi casa, Frank Goldman, su mujer. Amanda, Jorge González, Luis Muñoz. No dormimos. Nos dan las diez de la mañana del viernes siguiente. “Sabrá usted, estimado señor, que hasta las medias de ella me las he gastado en bebida?” Escrito por Dostoievski.





Viernes 30. Nos vamos a El Gran León para ver el partido Alemania contra Argentina. Estamos allí hasta las siete de la noche. Se une a la manada de espectros Páez, Rita, Yolanda, Miguel Calderón y Andrea, su mujer colombiana. Llega también Montiel pero al ver nuestro aspecto prefiere sentarse en otra mesa. Vuelvo a mi casa. Somos una bandada de sonámbulos. Amanda me sigue. Duerme en el cuarto de los libros. Vomita toda mi casa. Es una pequeña Pollock. Pero estamos contentos porque hemos compuesto un rap al alimón. El rap del viejo libidinoso. “Viejito libidinoso, todas quieren tu coca, pero nadie quiere besar tu boca.”


Sábado 1 de julio. Vamos con mi hermana Alexa y Norma a comer a un pueblo en Morelos. Yo conduzco. Cae una tormenta.


Martes 4.- Me encuentro con Miguel Calderón, Agustina y Mauricio Calderón. Revisamos el guión de la próxima película de Miguel. Casi no bebemos. Italia le pasa encima a Alemania. Recomiendo a la bella Agustina leer a Alberto Moravia, sobre todo El conformista, y también La mujer leopardo. Espero que comprenda así la luminosa perversión de los viejos. Nos vamos al Centenario, llega el Pocholo, Alejandra, Eduarda Gurrola, Brenda Lozano, y dos mujeres que veo siempre pero no recuerdo nunca sus nombres. Hay quien me ha dicho que son alucinaciones mías, que ellas jamás están en la mesa. Le pido a Brenda que nos marchemos. Me acompaña y me deja a las puertas de una iglesia. Pienso regalarle la obra completa de Roberto Artl, magnífico escritor, pero sobre todo inventor de unas medias de nailon irrompibles. “No hay nada más triste que imaginarse a Borges leyendo a Artl”, dice un personaje de Piglia.


Jueves 6. Tomo el avión a Monterrey. Estoy sin dormir. Llego para escuchar a Leonardo DaJandra dar la conferencia inaugural del encuentro de escritores jóvenes del norte. Escucho a varios escritores leer sus ponencias. Me hacen una entrevista para Milenio. Cualquier gobierno que tome las riendas de una sociedad tan maltratada, tan desigual como la mexicana tiene que tender al socialismo. Aparece esta frase en el periódico del día siguiente. Leonardo despotrica contra la cultura pop. Le parece un arte prsentáneo, sin valor. Habla acerca de la identidad, las raíces, la tradición. No lo convence el suicidio pop. A mí sí. Estoy de acuerdo con él porque opino justamente lo contrario. Me voy a dormir un par de horas al hotel. Comemos hamburguesas ante la mirada aterrada de Leonardo. En la noche vamos a la cantina Reforma, y luego a una terraza en La Casa Amarilla que ha elegido Chuy. La Iguana, que parece ser el lugar preferido de nuestros amigos, está tirando gente por la ventana. Rehuso consumir drogas, sobre todo crack. La única droga posible en mi horizonte es el sueño. Me acuesto a las tres de la mañana. Duermo por fin.






Viernes 7.- Comemos Da Jandra, Agar, una doctora de nombre Concepción, y yo en un restaurante italiano. Agar ha invitado a la doctora para que subrepticiamente converse conmigo acerca de mi salud. Está mal mi corazón y necesita ajustes, pero yo no acostumbro acudir a los médicos, y mucho menos hablar sobre mi salud a la hora de la comida, así que espero no una cama de hospital, sino una tumba con cierta gracia, acaso una inscripción que diga: lo esperábamos más tarde. La doctora está más bella y buena que una rumbera, y me acelera el jodido corazón que saca sus muletas del closet y acelera el paso. Por la tarde leo unas páginas para clausurar el encuentro. Hay una cena. Yo sólo bebo. Veo al puny y a Gerardo Monsiváis. El puny me entrega un fanzine llamado Vuelvete Underground donde aparece una entrevista que me hicieron el año pasado. El Reforma después de media noche es una fabela. Está allí Gabriela Torres, me da por pensar que ha sido mi amiga desde varias vidas atrás, Minerva, Rocío Garza me cuenta que es sicóloga, consecuencia de que leía el tarot en la secundaria. Del tarot a la sicología no existe más que un paso. En la mesa está Erla (sólo tiene veinte años, maldita sea), Denisse (nunca pierde su sonrisa condescendiente), Chuy, Ángel, Óscar, Omar Pimienta, Amaranta y más. Llevo en mis manos libros firmados de Hugo Valdez, Héctor Alvarado, Sergio Loo, Victor Barrera: una biblioteca espontánea. Carlos Velázquez me ha dado su libro de relatos Cuco Sánchez Blues. Gerson Gómez me ha obsequiado Ordinaria locura. Me informa que estoy incluido en un relato, pero no me dice en cual: lo hace para obligarme a leer todo los cuentos. De todos modos lo haré. Comienzo por uno que se llama Estamos bien, pero qué le vamos a hacer. Ahora voy dentro del auto de Rocío: nos dirigimos a escuchar a un grupo underground. El grupo me recuerda a Sonic Youth, pero he olvidado el nombre. Vamos al departamento de Chuy, bailo con Erla todo el tiempo. Finjo olvidarme de su nombre. Hunter S. Thompson decía que la droga preferida de Las Vegas es el éter, me imagino que en Monterrey la droga más emocionante debe parecerse a Erla. A las cinco de la mañana Rocío me lleva al hotel. Duermo.

Sábado 8.- Yolanda me recibe en el aeropuerto.

Domingo 9. Viene a comer Da Jandra y Agar a mi departamento. Compro una botella de Oporto. Vinos. Paella. Compro esto con lo que me han pagado a cambio de mi conferencia en Monterrey. Más tarde llega Brenda. Me regala un iPod color verde obispo. Dice que tiene dos y que uno es para mí. Me convence de las ventajas que da tener un ipod. A todo le digo que sí. Llamamos a otros amigos para que se tomen un trago con nosotros, pero nos desprecian. Conversamos sobre libros. No cualquiera tiene a un filósofo en su casa todos los días. A media noche dejamos a los Da Jandra en la colonia Country Club. Brenda conduce de regreso.

Lunes 10 de julio.
Me han escrito desde Oaxaca por lo relativo a la presentación de mi libro En busca de un lugar habitable. Me preguntan si quiero que sea en un bar o en un museo: ¿hay diferencia? En los bares he encontrado también valiosas colecciones de ebrios pusilánimes. Les respondo que prefiero un lugar tranquilo.

Martes 11
Viene Francisco Valenzuela al D.F. Dirige una revista en Morelia llamada Revés. Intercambiamos ejemplares. Le paso algunos números de Moho donde hemos publicado un relato suyo. Nos vemos en el Centenario. Un desconocido se acerca a mí para preguntarme si tengo planes en el futuro, se refiere a publicaciones, le respondo que viene una novela pero que nadie la espera, excepto yo. Como si un libraco pudiera justificar mi presencia en esta época.

Miércoles 12
Sigo con Perro callejero, de Martin Amis. La redacción entera de un diario amarillista se refiere a su público (lectores, correspondencia, fans) como los chupapitos. Si pierden público dicen: “Esta semana perdimos a un número importante de chupapitos.” Así es en la televisión mexicana, ¿que rating de chupapitos tiene bailando por un sueño? ¿Cuántos chupapitos aplauden a Adal Ramones?

Jueves 13
Lanzado a la calle por la visita de Rafa Saavedra. Nos vemos durante la noche para tomar un trago. Me muestra el tabloide que hace en Tijuana: Radiante. Terminamos un grupo en casa de Alejandra Maldonado. Ella me parece en esos momentos tan agradable, dispuesta, inteligente. Aparece Ali Gardoki, pone música, amanece. Acuerdo con Ali Gardoki, y también con Nely marcharnos a Veracruz un fin de semana. Sucede a menudo, hacer planes que jamás cumpliré si no son los suficientemente absurdos. Veracruz es la tierra de mi madre. Vuelvo a casa hasta las diez de la mañana.







Viernes 14
Estoy leyendo Otoño alemán, de Stig Dagerman, un sueco, joven suicida que posee una prosa elegante y sencilla. Si no hubiera sido por la idea del suicidio ya me habría matado, ésta es una frase de Cioran que cito a menudo. Si no supiera que puedo colgarme cuando yo lo desee estaría muerto de miedo. Sin embargo, ¿no es este el mejor seguro para continuar vivo? Veo por fin a Jessy Bulbo. También a Rafael Pérez Gay. Nos reunimos en la casa de este último. A la una de la mañana, ebrio, me pongo a hablar acerca de Heidegger. Carajo.

Sábado 15
Muerto.

Lunes 17
Tomo un par de cervezas a media tarde. Como en compañía de Carlos Martinez y Arturo García. En el Covadonga increpo a un pusilánime que sin pensarlo toma una silla y la estrella contra mí. Casi me rompe el antebrazo. Todos tienen una silla en la mano. El gerente nos pide calma. Los meseros nos miran azorados. Podría astillarle el rostro, pero me inspira cierta lástima, se imagina que está en una película de vaqueros. Apenas hace quince días estuve involucrado en un lío semejante. No quiero empezar de nuevo. Se hace la calma. La gente en esta ciudad se odia cada vez más. Sólo esperan una señal para lanzarse al cuello del otro.

Martes 18
Me escribe Herralde. Le ha gustado el artículo que escribí sobre Vila Matas. Me anuncia también que mi novela Educar a los topos (¿así se llama?) está próxima a salir. Ya antes Paola Tinoco, encargada de Anagrama en México, me había dado noticias. Me escribe Alfredo de Villa: me dice que en seis meses comenzará a filmar La otra cara de Rock Hudson, en Los Ángeles. Me alegra. Yo sólo quiero verle los calzones a la actriz principal. Me escribe Tania Sandler. Viene en unos días a México. Pondrá discos en la presentación de Moho el tres de agosto en El Pasagüero. Espero que antes me dé una enfermedad africana.







Miércoles 19
Corro después de muchos días. Cuatro kilómetros apenas. Voy a la presentación del libro de Pepe Leyva, El ocaso de los espíritus. Estoy lo necesario y vuelvo a mi casa. Apenas converso unos segundos con Juan Manuel Servín. Me siento cansado. Los políticos siguen ocupando los espacios públicos, síquicos, mediáticos de una sociedad cada vez más disminuida. Hace más de medio siglo Walser tenía la sospecha de que la sociedad se hacía cada vez más estúpida. ¿Qué pensaría ahora? ¿Qué pensaría si presenciara las discusiones entre los políticos, los programas de televisión, la gracia de los comerciantes? Me llama Ali para recordarme que nos vamos a Veracruz. Nos iríamos con Toño de la Rosa en la

Sunday, August 05, 2007

Depresión post viaje a la Copa América

Regresé a México de Venezuela con infinidad de historias por contar. Tal vez me he vuelto insoportable hablando tanto como un perdido cuando lo encuentran. Pero en mi computadora empecé a escribir una carta que dejé inconclusa en Maracaibo después de escuchar a Lisa por el teléfono; y después de hablar con ella ayer ya aquí, creí que era necesario ponerle punto final a mi depresión post viaje con este relato.

Me pasó, como es costumbre, que cuando he viajado a otra latitud que no es la mía, siempre recibo recomendaciones, que más bien diría tienen un matiz de prohibiciones: “no camines por tal lugar, no tomes taxis de la calle, ten cuidado con la computadora, no pongas todo el dinero en la cartera, esconde la cámara, cuídate mucho, ten cuidado en el metro, no salgas solo de noche”, entre otras tantas.

Y aunque a mi regreso a esta ciudad me he dado cuenta que la inseguridad ha vuelto a tomar importancia, como en todas las grandes capitales, mucho más en estas de subdesarrollo, me pongo a pensar todo lo que nos perdemos de la vida, cuanta gente dejamos de conocer, cuantos rincones dejamos de visitar, por este miedo que realmente es terrible.

En Maracaibo, donde pasé el mayor número de mis días en Venezuela, parecía que las personas tenían una consigna contra mí. Sentía que era algo personal como los gritos contra al gobierno de Chávez en los estadios. Todo el tiempo me advirtieron que el hotel donde dormí los primeros cuatro días (por la falta de infraestructura los hoteles de paso fueron habilitados por el comité organizador como hoteles de tres estrellas) era muy peligroso y que para salir de ahí sólo debía llamar a una línea de taxis autorizados. También me recalcaron que no siempre se animarían a ir a recogerme porque era una zona muy peligrosa.

En el centro de prensa las palabras fueron casi las mismas: “¿En que hotel te estás quedando? ¿Ahí? ¿Cómo? Pero ahí se meten los guajiros y han pasado muchas cosas…. Es cierto que con tanta palabrería admito que sentí mucho miedo. Por la madrugada que regresaba al hotel, que no era un hotel sino un contenedor dividido por tabla roca, lo primero que deseaba al abrir la chapa chafa, era que siguiera ahí mi maleta. (Por cierto se han puesto a pensar porque la maleta significa tanto en un viaje, ¿a poco no es como un pedazo del hogar?).

Por otra parte, me pareció lo más incoherente que el Comité Organizador recomendó hablar al sitio de taxis que se registró en una lista de seguridad para la prensa internacional y ellos mismos pusieron en su lista de hotelería recomendada un hotel de pésimas condiciones que es popularmente conocido como un lugar de novios. En fin, el surrealismo latinoamericano, diría Lisa.

Pero bien unos y otros amigos me advirtieron que fuera aún más discreto con mi computadora, que cuando caminara por las calles escondiera mi acreditación porque era como si trajera precio en dólares. No se equivocaban en mi mochila traía los viáticos de los 24 días y una computadora, algo que escasea por aquellos lugares.

Por dentro siempre me causó conflicto la inseguridad y la duda de pensar que era tan inseguro estar en un hotel, donde la cerradura se abría con un pasador, que en la calle, donde las armas de la guerrilla colombiana también circulan debido a la cercanía de la frontera.

Todo esto, agregado a lo que le sucedió a la bolsa de Lisa y el intento de robo al coche de Adrián, y demás situaciones existentes, me ponen a pensar que la inseguridad es el peor de los miedos, que la pobreza, la marginalidad, la demagogia de los políticos, el consumo masivo de drogas y la disponibilidad de armas de todo calibre han hecho de nuestras ciudades zonas de riesgo. Aquí nos tocó vivir.

Como periodista es difícil pensar todo esto, porque cada vez que uno viaja, la mezcla entre inseguridad real y paranoia general, nos empuja lejos de la gente. Nos expulsa de las calles y de las plazas, nos enclaustra en los hoteles; nos baja de autobuses y nos sube en vehículos “autorizados”. Tantas precauciones según las reglas de prevención, nos ayudan, pero tanto miedo, nos aísla.

Debería decir que la mayor pregunta después de este viaje es: ¿cuántas experiencias perdí por haber desconfiado hasta de mi propia sombra en los primeros días? Porque después, hubo una persona que cambió todo. Fue Hildemaro quien me acercó de nuevo a la gente y de ahí me enamoramiento a la Copa América.

Uno de los días debía ir al entrenamiento de la selección argentina en un predio llamado La Estancia, aproximadamente a unos 30 kilómetros del centro de prensa. Era tarde, como siempre para mi, entonces debía tomar un taxi para llegar sino sería imposible ver practicar a ese enano llamado Messi.

Fue la primera vez dije no a un taxi “autorizado” porque en primera se tardaban 30 minutos en llegar y yo llevaba el mismo tiempo de retraso. En segunda porque me gusta pensar que la historia de la humanidad se compone de sucesivas herejías, heterodoxias, rebeldías, vanguardias y manzanas envenenadas, que se convirtieron en libertad.

Así decidí salir a la calle, arriesgarme y parar un taxi en la esquina. Se paró un carro más viejo que el diablo, pero el primer pensamiento fue un recuerdo de la infancia, pues mi abuelo tenía un Chevy Nova 73. Para ser sinceros el de mi abuelo nunca llegó a convertirse en la antigüedad, porque hace al menos 17 años que dejó de circular.

La lata, alcanzaba apenas los 50 kilómetros por hora en las bajadas de los cuatro puentes que tiene todo Maracaibo. En este último enunciado debo decir que fui exagerado, tanto como lo barata que es la gasolina. 87 bolívares por litro, menos de un peso mexicano.

Se me olvidó acotar que Hildemaro es uno de esos taxistas que tienen más historias que Shakespeare. A él le pedí de favor que si en el camino podíamos parar por algo de comer, algo rápido que pudiera ir degustando en su auto. Me dio sugerencias, aunque sacó el Chávez que todos los venezolanos llevan dentro y él escogió. Al final quería que probara las mejores arepas, pero yo contagiado por la rebeldía de ese día, escogí cachapas.

En el trayecto, mientras yo degustaba ese platillo tan extraño, pero tan conocido que se parece a una torta, Hildemaro me empezó a relatar su última experiencia con una señora marabina que lo había parado unos meses atrás.

Según el guión de Hildemaro, la actriz de la película se subió y pidió un viaje sin destino fijo. En medio del trayecto comenzó a llorar… Hilde, preocupado por su pasajera, preguntó si podía ayudar. Fue ahí cuando le reveló que 30 años atrás dejó el país bolivariano para emprender el sueño americano.

En todo el camino, ante la lentitud del auto, observaba asombrada por la ventana, que si subía ya no bajaba y viceversa, que la ciudad que dejó 30 veranos atrás, no era la misma. Lo único parecido era ese calor infernal de 39 grados centígrados.

Animada ya por la calidez de Hildemaro. Algo natural por la amabilidad que tiene en la cara ese señor. La señora decidió pedirle a su confidente que la llevara a un viejo restaurante de su infancia donde hacían las mejores arepas, patacones, cachapas y todos esos platillos venezolanos, por cierto muy grasosos.

Luego del almuerzo, apeló a la sabiduría de su Virgilio para que la guiara hasta la vereda del lago, ese sitio donde el agua se confunde con el petróleo, pero ante todo es un buen lugar para contemplar la belleza del agua que siempre será relajante.

Tras la acuaterapia y con el estómago lleno de arepas y vacío de nostalgia, la regresó al Hotel de Lago, uno de los dos hoteles cinco estrellas que existen en Maracaibo, para ponerle fin al guión.

Entendí que ésta, una de tantas historias que me contó William Hildemaro, era simplemente muy rica para resumir la tragedia del exilio, algo que ya muchos están pensando ante tanta inseguridad. Entendí que esas historias sólo las encuentra uno en un coche destartalado, parado en una esquina elegida por el azar y con el tiempo suficientemente para permitirle al mejor cuenta cuentos cumplir las reglas de la literatura: introducción, nudo y desenlace.

Por eso, después de estos días pienso que la inseguridad tiene un precio muy alto, nuestro dinero, nuestra integridad física, nuestro esfuerzo, hasta nuestra vida, pero sobre todo nuestra libertad y el miedo a todos los que nos rodean.

Historias como las de Hildemaro, su sabiduría y amor para relatarlas y la buena vibra que da a cada uno de los aventureros que se arriesga a romper la barrera del miedo, es el precio que pagamos cuando nos sentimos secuestrados por ese sentimiento que nos hace sentir que cualquier prójimo puede ser nuestro enemigo.

Raúl Vilchis
PERIODISTA